10 noviembre 2020

EL COLOR DEL OTOÑO.



Desde que ha llegado al calendario amanece un poco más tarde. Es como si al otoño le gustara estar un poco más en la cama. Y, por ello, también, se acuesta antes.  Se acurruca y remolonea, conforme según avanzan los días, por tener menos horas de luz. El sol, también perezoso, traza una curva más aplanada como queriendo decir que se siente  un poco cansado.

Y hay días en los que ni siquiera se levanta, dejando a la niebla que envuelva al día con su capa de color gris-negro castellano.

      

Los días de pleno sol son  inolvidables. 
La luz se queda serena en el cielo pintando una esfera de azul claro. Debajo del cielo se refracta en una vidriera multicolor que forman las copas de los árboles.

Entre estos mensajes de atenuada soledad, tristeza o despedida, el otoño nos obsequia con postales de colorido en las que descansa la mirada de quien pasea por alamedas, parques, bosques o laderas de montaña y se recrea abarcando, en lo posible, toda la belleza de las gamas diversas que el paisaje ofrece. Son tonalidades de melancolía, quizás también de añoranza por lo que pudo ser y no fue. Regalos de recuerdos imborrables y adormecidos en la memoria del tiempo. Son colores de sonrisa condescendiente ante lo que plantean de rebeldía las plantas jóvenes. Éstas quisieran no quedarse desnudas de sus hojas que ven caer mansamente y sin ruido al suelo cuando se han teñido de marrón seco y ya sin clorofila.




   Los árboles vaticinan el frío que va a llegar. Los álamos cambian el verde por el amarillo  y lo mismo hacen los abedules, los tilos o los alerces dando al paisaje esos grupos dorados que destacan en la naturaleza boscosa. Arces, cerezos o el cornejo se inclinan por el rojo, mientras el castaño, el nogal o el roble se dejan seducir por los marrones. El serbal sigue en sus trece de hojas verdes mientras ofrece sus bayas de rojo vivo intenso, lo mismo que el acebo que ilumina el bosque  y fue adorno en las fiestas venideras.

 





Todos quieren tener su último momento de lucidez y gloria… Como el bosque de las hadas y las hayas… Éstas se adornan  como si quisieran despedir al otoño en armonía y tranquilidad. Y a la vez, con sus hojas, crean  paletas de colores tan nuevas y luminosas  que se nos hace difícil captar todas a la vez… amarillos y naranjas, naranjas y amarillos, amarillos y marrón, marrón y amarillos, rojizos y marrones, marrones y rojizos, amarillos y escarlatas, escarlatas y amarillos, dorados y verdes, verdes y dorados, anaranjados y ocres, ocres y anaranjados… Y todas, con sus nuevos colores se irán soltando y cayendo desde la altura, como  jugando al pilla pilla, acompañadas, según el día, por las lágrimas transparentes de la  lluvia que las despide… Para formar, una vez encontrado el descanso en el suelo, esa alfombra de fotografía  que envuelve al paisaje, en un papel carmesí oscuro de regalo otoñal.

  












  
                        

Me gusta el tono pausado de las hojas de los árboles cuando se despiden… Unas antes, otras después… Me quedo mirando, a veces, las reverencias, propiciadas por la brisa, que hacen las hojas al caer después de haberse teñido la ropa para esperar al invierno. Me gusta perderme en el bosque, escuchar el chasquido de las hojas al pisarlas sin hacerles daño, jugar, mientras camino, escondiendo las botas  en los montones que forma el viento y sacudirlas para hacer un revoloteo y que vuelen… pero por falta de fuerzas ya no vuelan y vuelven a caer a tierra para seguir con su descanso.

   




   
            

Unos pocos días de otoño se nos han ido, algunos con lluvia y con frío. El paisaje se ha ido apagando a la vez que las hayas han ido perdiendo sus hojas. Se han desprendido de sus joyas más vistosas hasta que llegue la primavera. Ahora ya no las necesitan para dormir en la cama del invierno.

   




 En l
os caminos del bosque yacen deslucidas y amontonadas las que hace unos días maravillaban con sus encantadores colores. Ahora ya son todas iguales y con las frías noches y amaneceres  húmedos, sin prisa, se van descomponiendo  para que la tierra tenga tiempo y silencio para hacer rodar su rueda eterna de fertilidad.

     








Quizás me voy identificando con el otoño, porque como los árboles y sus hojas de claros y oscuros colores, me voy haciendo yo también viejo. Mis hojas también se van cayendo…  Se quedarán o perderán en el camino haciendo que sean, si la naturaleza lo quiere, abono de nuevas hojas verdes luminosas.

 

Eduardo de la Fuente Riaño.

Otoño 2020. Durante la pandemia de Covid.

3 comentarios:

Julio dijo...


Pura poesía
palabras e imágenes en comunión
Julio y Asun

Yayo Chema dijo...

Poesía escrita y visual.
Tienes razón Edu, vamos cambiando el color de nuestras hojas y preparandonos para servir de suelo fértil, donde vengan nuevas plantas a germinar. Esperemos que seamos buena tierra y las que nos sustituyan merezcan los esfuerzos que hemos hecho.
El otoño es una época propensa a estos pensamientos y comparaciones, en parte melancólicas y en parte con una gran carga de esperanza en la nueva primavera que esta a la vuelta de la esquina.
De cualquier manera de aquí a ese momento, pienso tomarme muchas cañas en vuestra compañía, después de bajar las pistas , como críos revoltosos que todavía somos.
Un besote muy grande a todos.

Yayo Chema dijo...
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