EL COLOR DEL OTOÑO.
Y hay días en los que ni siquiera se levanta, dejando a la niebla que envuelva al día con su capa de color gris-negro castellano.
Entre estos mensajes de atenuada soledad, tristeza o
despedida, el otoño nos obsequia con postales de colorido en las que descansa
la mirada de quien pasea por alamedas, parques, bosques o laderas de montaña y se
recrea abarcando, en lo posible, toda la belleza de las gamas diversas que el
paisaje ofrece. Son tonalidades de melancolía, quizás también de añoranza por
lo que pudo ser y no fue. Regalos de recuerdos imborrables y adormecidos en la
memoria del tiempo. Son colores de sonrisa condescendiente ante lo que plantean
de rebeldía las plantas jóvenes. Éstas quisieran no quedarse desnudas de sus
hojas que ven caer mansamente y sin ruido al suelo cuando se han teñido de marrón seco y ya sin clorofila.
Los árboles vaticinan el frío que va a llegar. Los álamos cambian el verde por el amarillo y lo mismo hacen los abedules, los tilos o los alerces dando al paisaje esos grupos dorados que destacan en la naturaleza boscosa. Arces, cerezos o el cornejo se inclinan por el rojo, mientras el castaño, el nogal o el roble se dejan seducir por los marrones. El serbal sigue en sus trece de hojas verdes mientras ofrece sus bayas de rojo vivo intenso, lo mismo que el acebo que ilumina el bosque y fue adorno en las fiestas venideras.
Todos quieren tener su último momento de lucidez y gloria… Como
el bosque de las hadas y las hayas… Éstas se adornan como si quisieran despedir al otoño en armonía
y tranquilidad. Y a la vez, con sus hojas, crean paletas de colores tan nuevas y luminosas que se nos hace difícil captar todas a la vez…
amarillos y naranjas, naranjas y amarillos, amarillos y marrón, marrón y
amarillos, rojizos y marrones, marrones y rojizos, amarillos y escarlatas, escarlatas
y amarillos, dorados y verdes, verdes y dorados, anaranjados y ocres, ocres y
anaranjados… Y todas, con sus nuevos colores se irán soltando y cayendo desde
la altura, como jugando al pilla pilla, acompañadas,
según el día, por las lágrimas transparentes de la lluvia que las despide… Para formar, una vez
encontrado el descanso en el suelo, esa alfombra de fotografía que envuelve al paisaje, en un papel carmesí
oscuro de regalo otoñal.
Me gusta el tono pausado de las hojas de los árboles cuando
se despiden… Unas antes, otras después… Me quedo mirando, a veces, las
reverencias, propiciadas por la brisa, que hacen las hojas al caer después de
haberse teñido la ropa para esperar al invierno. Me gusta perderme en el
bosque, escuchar el chasquido de las hojas al pisarlas sin hacerles daño, jugar,
mientras camino, escondiendo las botas en los montones que forma el viento y
sacudirlas para hacer un revoloteo y que vuelen… pero por falta de fuerzas ya
no vuelan y vuelven a caer a tierra para seguir con su descanso.
Unos pocos días de otoño se nos han ido, algunos con lluvia
y con frío. El paisaje se ha ido apagando a la vez que las hayas han ido
perdiendo sus hojas. Se han desprendido de sus joyas más vistosas hasta que
llegue la primavera. Ahora ya no las necesitan para dormir en la cama del
invierno.
En los caminos del bosque yacen deslucidas y amontonadas las que hace unos días maravillaban con sus encantadores colores. Ahora ya son todas iguales y con las frías noches y amaneceres húmedos, sin prisa, se van descomponiendo para que la tierra tenga tiempo y silencio para hacer rodar su rueda eterna de fertilidad.
Quizás me voy identificando con el otoño, porque como los
árboles y sus hojas de claros y oscuros colores, me voy haciendo yo también viejo.
Mis hojas también se van cayendo… Se
quedarán o perderán en el camino haciendo que sean, si la naturaleza lo quiere,
abono de nuevas hojas verdes luminosas.
Eduardo de la Fuente Riaño.
Otoño 2020. Durante la pandemia
de Covid.
3 comentarios:
Pura poesía
palabras e imágenes en comunión
Julio y Asun
Poesía escrita y visual.
Tienes razón Edu, vamos cambiando el color de nuestras hojas y preparandonos para servir de suelo fértil, donde vengan nuevas plantas a germinar. Esperemos que seamos buena tierra y las que nos sustituyan merezcan los esfuerzos que hemos hecho.
El otoño es una época propensa a estos pensamientos y comparaciones, en parte melancólicas y en parte con una gran carga de esperanza en la nueva primavera que esta a la vuelta de la esquina.
De cualquier manera de aquí a ese momento, pienso tomarme muchas cañas en vuestra compañía, después de bajar las pistas , como críos revoltosos que todavía somos.
Un besote muy grande a todos.
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